domingo, 13 de marzo de 2011

Extracto de discurso de Muñoz en la noche de su victoria:

Amigos, compañeros, compatriotas:

Ya lo dije antes del cinco de noviembre: que las elecciones de 1940 tendrían importancia más
allá del cambio de gobierno que producirían. Dije que, por voluntad del pueblo, en los campos y
poblaciones de Puerto Rico, habría un cambio de gobierno, y que eso sería importante y que a base de
eso comenzaría la obra de la justicia para los que habían sufrido bajo los gobiernos de todas las
combinaciones de partidos. Pero dije que más importante todavía que eso sería la enseñanza que
encarnarían para nuestro pueblo las elecciones de 1940. Y en efecto así ha sido. Las leyes que aprobará
el Partido Popular Democrático podrán ser superadas más tarde por otras leyes mejores todavía; o
podrán contener errores, y estos errores podrán ser corregidos más tarde por el Partido Popular
Democrático mismo, en consulta con el pueblo o por otro partido mejor todavía que el Partido Popular
Democrático. Pero lo que habrá de servirle para siempre a nuestro pueblo es la democracia que ha
aprendido y la democracia que nuestro pueblo le ha enseñado con su ejemplo a los propios líderes y
dirigentes de nuestro pueblo. El pueblo de Puerto Rico en sus campos y poblaciones aprendió la lección de la democracia. ¡Y le dio la lección de la democracia a sus propios dirigentes! En este sentido, las elecciones, más que elecciones, han sido lecciones. El Partido Popular Democrático podrá desaparecer.

Pero si desapareciera, sería por la voluntad democrática de nuestro pueblo. Y el haberle enseñado a
nuestro pueblo a usar su voluntad —¡esa es la obra imperecedera del Partido Popular Democrático que
durará más de lo que dure el Partido Popular Democrático, aunque el Partido Popular Democrático
durara un siglo! Sobre esa enseñanza, sobre ese significado profundo de las elecciones del cinco de
noviembre es que quiero principalmente hablar hoy, según lo ofrecí desde antes de las elecciones. El
estado de espíritu de nuestro pueblo, libre de las mañas que hicieron el tiempo muerto de nuestra
historia, es de tal naturaleza, que, si mis palabras se oyen con buena fe y con buena voluntad por todos,
con olvido del espíritu de tribu y de banderías políticas —si se oyen mis palabras, no como las palabras de un líder a unos electores de unos partidos, sino las palabras de un hombre a un pueblo— el proceso que se puede hacer en breves días, en comprensión y entendimiento para la garantía y el provecho de todo el porvenir, es incalculable. Ahora no hay sospecha de que mis palabras estén tratando de conquistar más o menos votos para unas elecciones que han pasado. Ahora que mis palabras ya no son meramente útiles a mi partido, es que quiero que sean plenamente útiles a mi pueblo entero y que lleven la carga de la mayor comunicación de verdades y realidades a todo mi pueblo. Y creo que puedo esperar que se me oiga con el mismo espíritu con el que hablo —sin reservas meramente partidistas, sin las reservas psicológicas, por parte de nadie, de gente de una tribu oyendo hablar a un hombre de otra tribu, sin que nadie se defienda de conocer y entender la verdad como hombres, como mujer, como ser humano, como criatura de Dios, cuya suerte y cuyo destino y cuya justicia están profundamente ligadas a la suerte y al destino y a la justicia de todo Puerto Rico.

¡Así quería, desde hace años, tener la oportunidad de ser escuchado por mi pueblo!

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